viernes, 25 de abril de 2025

El Papa Francisco forjador de una Iglesia con olor a humildad

La figura del Papa Francisco representó una esperanza encarnada, un susurro de dignidad en medio del estruendo de la injusticia. Su elección como pontífice no fue solo un hecho religioso, sino un acto profundamente político que resonó con las aspiraciones de millones que, día tras día, enfrentan el hambre, la exclusión y el olvido. Francisco no fue un Papa para los poderosos ni para las élites económicas; fue un Pastor que caminó con el pueblo, que habló desde sus heridas y vivió su fe como compromiso activo con los oprimidos.

Al tomar el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, envió un mensaje claro: su papado estaría del lado de quienes el sistema descarta. Su postura crítica al capitalismo y la denuncia de la desigualdad y la injusticia global le valieron acusaciones de “comunista”. Para los marginados, sus palabras fueron un bálsamo: “quiero jóvenes revolucionarios, (porque) Latinoamérica será víctima hasta que no se libere de imperialismos explotadores”, dijo en Brasil, apelando a quienes sueñan con un mundo más justo.

Su raíz jesuita no es un detalle menor. Los jesuitas, históricamente críticos, han promovido una Iglesia comprometida con la realidad social. Francisco no se limitó a orar por los pobres; luchó por ellos dentro y fuera del Vaticano, enfrentando a una curia hostil, aliada con intereses del gran capital y sectores ultraconservadores que lo vieron como una amenaza.

A diferencia de muchos de sus predecesores, percibidos como representantes de una iglesia alineada con las élites dominantes, más preocupada por preservar el orden establecido que por transformar la realidad de los excluidos. Su legado es el de una Iglesia abierta, humana y fraterna. Francisco no temió ensuciarse los pies en los caminos del pueblo.

Tras su partida, los pobres sienten que han perdido un aliado. Pero también saben que su ejemplo perdura. Porque, como bien entendía Francisco, la fe que no promueve la solidaridad de los poderosos hacia los humildes, no es verdadera fe, sino decoración vacía. Su muerte, es una invitación urgente a continuar la lucha por una iglesia más justa y humana.

Finalmente, la elección del sucesor del Papa Francisco no será una simple designación espiritual porque las diversas corrientes dentro de la Iglesia, pugnarán por imponer su visión política en un cónclave cargado de maniobras estratégicas y de tensiones ideológicas.

viernes, 18 de abril de 2025

Una Iglesia de Fe y Justicia que se encarne en el Dolor del Pueblo

Bienaventurados los ricos porque de ellos es la arrogancia en el reino de la tierra; mientras los pobres ven constantemente relegada la esperanza de justicia al “reino de los cielos”

 En los últimos años, la pobreza y la exclusión social han generado un profundo sufrimiento en nuestra sociedad. No se trata solo de una crisis económica, sino también moral y estructural. Como señalaron Monseñor Arnulfo Romero y Monseñor Leonidas Proaño, no se puede anunciar el Evangelio sin denunciar la injusticia y acompañar a los empobrecidos en su lucha por la vida digna.

Ante esta realidad, la generosidad y la solidaridad de los gobiernos brilla como signos de poder y no como Jesús enseñó, que compartir desde la escasez es fuente de bendición. La opción preferencial por los pobres, que ambos obispos encarnaron, exige no solo caridad, sino auténtico compromiso político y social, que debe traducirse en acción transformadora.

El papa Francisco, ha llamado a vivir las obras de misericordia como camino de conciencia frente a la pobreza. Nos recuerda que la Iglesia no puede ser neutral ante la desigualdad: debe ser voz de los sin voz, como lo fue Monseñor Romero desde el púlpito y Monseñor Proaño junto a los indígenas de la sierra ecuatoriana. Hoy, la corrupción política y financiera, junto con la violencia organizada siguen matando la esperanza popular. Por eso, urge una conversión ética y espiritual que impulse una patria nueva, donde la justicia y la equidad sean una realidad.

A diario vemos miles de familias sufriendo por una agudización de la pobreza, que como Monseñor Proaño afirmaba “perpetúan el dolor del pueblo”, debido a la falta de fuentes de trabajo, hiriendo la dignidad humana y alimentando el dolor social. También los niños y los ancianos viven situaciones de abandono. Monseñor Romero decía, “necesitamos una iglesia que se encarne con los pobres y los acompañe en su caminar”, porque “la niñez y la mujer son la esperanza de ese otro mundo posible, pero también son el termómetro de la injusticia de un país”.

Me reconozco respetuoso de la fe. Sin embargo, la cita bíblica de “Bienaventurados los pobres de espíritu”, me preocupa profundamente, porque solo los ricos pueden vivir su "felicidad" y arrogancia en el reino de la tierra, mientras que para los pobres la esperanza de justicia se ve constantemente relegada al “reino de los cielos”. Esta interpretación es utilizada por los gobiernos para perpetuar las desigualdades sociales en la tierra.