viernes, 27 de marzo de 2020

La suspensión de clases y el covid-19


Los docentes estamos convencidos de nuestras convicciones y capacidades, nadie debe dudar de nuestro compromiso fraterno con la sociedad.
 Ser maestro nos dice Paulo Freire, “implica asumir cierta militancia profesional, mientras que ser padre o madre es una relación de parentesco que se cumple desde cualquier lugar, en cambio no se puede ser auténticamente maestro -aún en trabajo a distancia-, lejos de los alumnos, porque la tarea es más exigente y social.” Los docentes estamos convencidos de nuestras convicciones y capacidades, nadie debe dudar de nuestro compromiso fraterno con la sociedad.

La fácil transmisión del coronavirus obligó a la suspensión de clases, esto ha impulsado el teletrabajo y la educación virtual como método efectivo para frenar la contaminación de la población educativa que puede generar la aglomeración de estudiantes y docentes en los planteles educativos, en las calles y en autobuses.

La disposición ministerial de dar clases en línea o mediante plataformas, busca que los estudiantes no retrasen sus aprendizajes; para ello, los docentes realizarán las clases, enviarán actividades y bridarán apoyos para que éstas sean realizadas en casa por los estudiantes con la ayuda de sus padres o de un adulto.

El Ministerio de Educación no ha considerado que cada centro educativo, cada familia y cada estudiante son mundos diferentes, que la propia inequidad auspiciada por los gobiernos de turno ha aumentado la brecha de ingreso a la educación y de la infraestructura, siempre a favor de la educación particular y en pocos casos de la educación pública en las grandes ciudades, y no me refiero a las posibilidades tecnológicas Google, Microsoft, Facebook, YouTube, WhatsApp… cuyo acceso también es limitado ya sea por su precio o por estar en los sectores rurales.

Será que de un día para otro, comienza en los niveles de educación básica y bachillerato la era de la educación virtual o a distancia. Una colega de un plantel particular -que ha propósito a pesar de su alta preparación, gana el salario básico de un trabajador-, me comenta que la situación no le es nueva porque desde hace tiempo ya trabaja la competencia digital, que quizá el cambio está en que han “aumentado las exigencias de directivos y padres de familia”.

Mientras que para la mayoría de directivos, docentes y estudiantes de educación pública, el correo electrónico y el whatsapp son las herramientas principales para mantener la comunicación respecto del trabajo académico en estos días. Desde el Ministerio de Educación se da por aceptado, que en la generalidad de los hogares hay una computadora y un celular, si ha si fuera, el asunto no se reduce a ello, implica que la mayoría de estudiantes lo han estado usando para el ocio, por tanto, son pocos los que poseen las habilidades operacionales que les permita aprender.

Finalmente, me pregunto en voz alta, qué está pasando con los estudiantes con problemas de conducta, con los estudiantes con necesidades especiales, con los estudiantes con dificultades de aprendizaje y sus familias.

sábado, 21 de marzo de 2020

El covid-19 caos desde el gobierno y porque nos hemos acostumbrado a vivir mucho más fuera de nuestras casas


El covid-19 ha logrado privarnos de esa supuesta libertad. Claro, por nuestro bien y el de todos, nos dicen ¡quédate en casa!  Pero no nos dicen quien dará de comer a los miles de subempleados y desempleados…

Es increíble ver como el gobierno se preocupa tanto por la crisis económica que está causando el virus y menos por nuestra salud y por nuestra vida. Se está maximizando la confusión y minimizando la protección contra este mal.

Está bien la preocupación del gobierno en estos momentos de crisis, pero la atención médica debe estar siempre disponible para todos.

La cuarentena (15 días) efectivamente ha suspendido nuestras formas de vida colectiva e individual, a pesar que se nos repite hasta la saciedad: quédate en casa, hay ciudadanos irresponsables que salen por si…,

Esperemos que debido a que nos hemos acostumbrado a vivir mucho más fuera de nuestras casas, el miedo, no nos cause más estragos que el propio coronavirus

Rafael Riofrío T.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Navidad: resultado de la unidad y solidaridad.


Monseñor Leónidas Proaño, el Obispo de los Indios conceptúo a la navidad como la “insurrección de la escasez de las mayorías populares en contra de la abundancia y riqueza de unos pocos”. El propio Papa Francisco pidió que “procuremos no mundanizar la navidad, ni convertirla en una bonita fiesta tradicional, pero centrada en nosotros y no en Jesús".
Por todos los lados escuchamos que la navidad es un tiempo de paz, amor y fantasía. Podría ser si de fantasía, porque del resto no. Las clases populares no tienen con que comprar la felicidad mercantilizada por la empresa, que ve a la navidad como un tiempo de agrandar sus ganancias.
No es que esté en contra de la ilusión de los niños, pero es preciso señalar que en la sociedad clasista en la que vivimos, las clases sociales siguen teniendo un papel fundamental, puesto que gran parte de los productos que se nos incita a adquirir y regalar están hechos en países con una elevada tasa de pobreza. Por ejemplo, la empresa Lee fabrica la mayor parte de su ropa en Centroamérica, utilizando manos de niños que cosen en industrias que forman parte del amplio tejido de maquilas que dependen de esta marca; sin mencionar la explotación laboral y las humillaciones a la que son sometidos los trabajadores en los países en los que se venden sus productos. Por eso, lo que pretendo es argumentar el porqué de la fiebre del consumismo del sistema capitalista, a los cuales Jesús, cuando vendían y compraban en el Templo los echó afuera manifestándoles: “Está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de bandidos!”
Por suerte, hay muchas personas que han comenzado a cuestionar este consumismo, propiciando hacer de la navidad un verdadero tiempo de convivencia familiar. Sin embargo, la tarea resulta difícil. Por todas partes, ofrecen facilidades de comprar regalos y hasta de “donar” algo a los menos privilegiados.
Que los empresarios no puedan advertir que la navidad es una celebración de la encarnación de Dios en nuestro retorcido mundo, es comprensible. Pero que los sectores populares y de trabajadores no podamos valorar las condiciones y realidades históricas del nacimiento del niño Jesús, junto a un pesebre muy pobre, hace precisamente que seamos embriagados por la algarabía de esta celebración.
En fin, esperemos que el sentimiento navideño con el que nos invaden almacenes y medios, deje de ser una falsedad. Porque la felicidad como la emancipación sólo son resultado de la unidad y solidaridad entre la clase trabajadora y los sectores progresistas.