viernes, 30 de mayo de 2025

El legado educativo y emancipador de Bernardo Valdivieso y Miguel Riofrío

A pesar de haber vivido en épocas diferentes, el Dr. Bernardo Valdivieso y el Dr. Miguel Riofrío, comparten notables coincidencias en su legado intelectual y social, especialmente en el campo de la educación laica, la historia y la lucha por la libertad. Ambos representan un espíritu adelantado a su tiempo y una profunda vocación por el progreso cultural, cívico y educativo de su natal Loja.

 

Bernardo Valdivieso (1745–1805), fue un pionero en la promoción de una educación libre, científica y laica, en momentos en que el acceso al conocimiento estaba restringido por las estructuras coloniales y clericales. Su visión liberal lo llevó a donar gran parte de su patrimonio para la creación de instituciones educativas como el Colegio Bernardo Valdivieso y la Escuela Miguel Riofrío, lo que refleja su inquebrantable fe en la educación como vía de transformación social. No solo impulsó la instrucción formal, sino también el pensamiento crítico y la defensa de los derechos individuales, sembrando así las bases de una ciudadanía comprometida con el bien común.

Décadas más tarde, Miguel Riofrío (1822–1879) retomaría ese legado con renovado ímpetu. Como escritor, político y educador, Riofrío defendió con vehemencia una educación científica, laica y democrática. Desde sus funciones públicas y su obra literaria, denunció las injusticias sociales y planteó reformas orientadas a la equidad y la modernización del Estado. La Emancipada no solo es la primera novela ecuatoriana, ni un hito literario, sino también una herramienta de concienciación crítica y de denuncia social. Como legislador, abogó por leyes que fortalecieran la educación pública y secular, considerando la formación de ciudadanos libres como una prioridad nacional y como base para el desarrollo republicano.

Ambos intelectuales se entrelazan en la historia de Loja como pilares de una visión emancipadora que desafiaba las estructuras de dominación cultural y política de sus respectivas épocas. Sus ideales de libertad, justicia y educación universal siguen vivos en las instituciones que llevan sus nombres y en la memoria colectiva de una ciudad que valora profundamente su herencia ilustrada.

Bernardo Valdivieso y Miguel Riofrío, aunque distantes en el tiempo, compartieron un mismo sueño: una Loja libre y justa, forjada desde la educación. Nos corresponde seguir su legado, para construir una patria nueva, más equitativa y soberana, inspirada en una educación verdaderamente emancipadora.


viernes, 23 de mayo de 2025

La escuela pública, la crisis social y su papel emancipador

    La escuela pública, lejos de ser una isla aislada, refleja las tensiones, dolores y esperanzas de la sociedad ecuatoriana. Nuestro país está marcado por la desigualdad, la violencia estructural y la exclusión histórica, el interior de las aulas se han convertido en escenarios donde se evidencian estos males, convirtiendo la escuela en un fiel reflejo de la sociedad.

Paulo Freire nos enseñó que la educación no puede ser un acto neutral. O bien reproduce la opresión o se convierte en práctica de libertad. En Ecuador, muchas escuelas públicas enfrentan el reto de acoger a niñas, niños y adolescentes que llegan no solo con cuadernos en sus mochilas, sino con heridas sociales: violencia intrafamiliar, desnutrición, pobreza, migración forzada, inseguridad social. Sin embargo, esas heridas no deben paralizarnos, sino motivarnos a una pedagogía crítica que escuche, dialogue y transforme.

Las violencias que cruzan nuestras comunidades –desde la exclusión política hasta la cultura narco que se difunde como modelo de éxito– encuentran eco en el aula. Pero la respuesta no puede ser la mera contención o el control conductual. Como decía Freire, educar es un acto profundamente político. Necesitamos formar sujetos críticos que comprendan su realidad y se sientan capaces de transformarla.

El sistema educativo ha sido históricamente domesticador, pero la escuela puede y debe recuperar su función emancipadora. Para ello, no basta con reformas desde arriba. Se necesita una reinvención desde abajo: desde las prácticas docentes, desde el compromiso comunitario, desde el reconocimiento de la dignidad y saberes del estudiantado.

En Ecuador, son muchas las maestras y maestros que, en condiciones adversas, construyen día a día espacios de esperanza. Desde la autogestión, la pedagogía del afecto y el diálogo horizontal, resisten el abandono estatal y las lógicas utilitaristas del mercado. Son ellas y ellos quienes sostienen la escuela como espacio de posibilidad.

Pero no deben hacerlo solos. Es imprescindible que el Estado asuma su responsabilidad histórica de garantizar una educación pública liberadora, crítica y contextualizada. No como un privilegio, sino como derecho y deber democrático.

En tiempos donde la desesperanza se impone, la escuela puede ser semilla de transformación si opta por una pedagogía que no impone, sino que pregunta; que no oprime, sino que libera. Esa es la verdadera tarea de la educación como respuesta activa ante las injusticias sociales.