Fidel Castro Ruz nació en Birán, Cuba, el 13 de agosto de 1926. Hijo de un inmigrante gallego y una madre de origen canario, creció en una familia humilde que logró cierta estabilidad económica. Desde joven se destacó por su curiosidad, pasión por el estudio y amor por el deporte. Fue educado por los jesuitas, formación que forjó su disciplina y sentido de justicia. Al llegar a la Universidad de La Habana, su conciencia política explotó: se volvió dirigente estudiantil, abrazó las causas sociales y se sumergió en el pensamiento revolucionario.
No fue un político de escritorio ni un líder de ocasión. Fidel fue un combatiente, un organizador, un hombre que se forjó en la lucha contra la dictadura de Batista, enfrentando al imperialismo y soñando con una Cuba digna y libre. El 1 de enero de 1959, su sueño tomó forma: la Revolución triunfó. A partir de entonces, junto al pueblo, construyó una Cuba nueva, basada en la soberanía, la educación, la salud y la justicia social.
Bajo su liderazgo se erradicó el analfabetismo, se nacionalizaron los recursos estratégicos y se garantizó el acceso universal a la salud y la educación. Pero más allá de los logros internos, el legado de Fidel trasciende por su coherencia y su visión internacionalista. Mientras el mundo se replegaba al egoísmo neoliberal, Cuba enviaba médicos, maestros y brigadas solidarias a los rincones más olvidados del planeta. Fidel entendió que la verdadera revolución no puede ser insular: debe ser solidaria, fraterna y compartida.
Durante más de cinco décadas, resistió el bloqueo criminal de Estados Unidos. Convirtió la adversidad en fortaleza, y transformó a Cuba en símbolo de dignidad mundial. Lejos de rendirse, fortaleció una economía de resistencia, un pueblo educado y una política científica y cultural admirable. Su voz se alzó en foros internacionales denunciando la hipocresía imperialista y defendiendo a los pueblos del Sur.
No fue dogmático. Fue un marxista crítico, abierto al debate, capaz de advertir los peligros internos de la Revolución sin perder el horizonte emancipador. Su vida fue una lección de coherencia: nunca acumuló riquezas, vivió con austeridad y dedicó cada día a la causa del pueblo.
En tiempos de crisis global, de neofascismo y desigualdad, el legado de Fidel sigue inspirando a quienes sueñan con otro mundo posible. Vive en cada brigada médica, en cada comuna organizada, en cada joven que alza el puño con esperanza. Porque Fidel no fue un mito: fue un hombre comprometido hasta el último aliento, un revolucionario que enseñó que la dignidad no se negocia, que la lucha vale la pena y que la historia, cuando se hace con amor y justicia, no muere.
¡Hasta la victoria siempre!