(Parte 2)
A las diferentes formas de agresión que se cometen
en escuelas y colegios, debemos agregar y tener muy en cuenta las que se
cometen a través de los teléfonos celulares y las redes sociales, tales como mensajes
desagradables, insultos, amenazas, fotografías y grabaciones que luego se
envían por celulares o se cuelgan en las redes sociales. Más grave y
preocupante aún, es reconocer que aquellas y estas agresiones que inicialmente
estaban dirigidas hacia o entre compañeros, ahora y en la mayoría de los casos,
llegan de forma anónima, hasta la familia, los profesores y autoridades
escolares.
Acerca de las razones señaladas por los estudiantes respecto de la
agresión escolar, los sociólogos sostienen que buena parte de éstas, están
influenciadas por el hacinamiento y masificación de las aulas, la
desorganización escolar, el quebranto de las relaciones familiares, la
inequidad social, el desempleo y la pobreza, la globalización de las
comunicaciones y la superestructura política, todo esto, propicia una crisis de
valores que favorece el desarrollo de comportamientos agresivos y violentos a
todo nivel.
Para
contribuir a la disminución del impropio comportamiento de los estudiantes y
hacer frente a este problema que nos preocupa a todos, los docentes debemos
comprender que la escuela, es ante todo un lugar de socialización y formación
de la conciencia, para ello hay que asumir un nuevo rol, un rol con
competencias que trasciendan “el
desarrollo de las destrezas con criterios de desempeño”, para orientar a
los estudiantes a aprender la necesidad e importancia de coeducarse en y con
tolerancia, a aprender a escuchar y dialogar para resolver las diferencias, a
pensar y actuar cumpliendo sus deberes y respetando los derechos de los demás,
a desarrollar y expresar su propia opinión; e incluso a participar del
diagnóstico y de la organización institucional.
Alejo
Castrilli en el ensayo “la silenciosa agresión en la escuela”, manifiesta que
los “profesores tenemos buena parte de
responsabilidad por la cuota de agresión que los estudiantes están manifestando
hoy, en las aulas y fuera de ellas, por tanto debemos asumirla y comprometernos
en cambiar aquellas estructuras, organizaciones o prácticas educativas, que
puedan estimular la agresión en el juventud”.
Puede parecer sorprendente, pero es una realidad
innegable, los esfuerzos que realiza la escuela en la tarea de educación y
formación de la niñez y adolescencia, son la calle, la televisión por cable y
las redes sociales quienes se encargan de manera silenciosa de deseducarlos y
desinformarlos, más bien, de formarlos en otra realidad. El interés por esta
nueva realidad, hace que los estudiantes incumplan con sus obligaciones
escolares, que los padres de familia vivan momentos de angustia y que aumente
la preocupación del profesorado al constatar que la actitud de los estudiantes
está lejos de mejorar.
Para
contrarrestar esta anomalía, más allá de las disposiciones del Ministerio de
Educación, los centros escolares, deben elaborar o reelaborar de forma participativa
el Código de Convivencia, es decir con el aporte efectivo de padres y madres de
familia, de estudiantes, de docentes y de los directivos, a fin de que juntos
se propongan lograr un clima armónico de relaciones entre los miembros de la
comunidad educativa.
Este
Código de Convivencia, es un conjunto mínimo de acuerdos asumidos por todos los
actores de la comunidad educativa, debe tener como base para su redacción los
derechos y responsabilidades reconocidos en la Ley Orgánica de Educación
Intercultural, en el Código de la Niñez; y especialmente en los preceptos
constitucionales que dispone tratar a "todas
las personas como iguales… el goce de los mismos derechos, deberes y
oportunidades" a fin de que se garantice “a todos los niños(as) y
adolescentes el desarrollo integral y el disfrute pleno de sus derechos, en un
marco de libertad, dignidad y equidad”.
Si bien el Ministerio
de Educación tiene una programación general y centralizada para el tratamiento
de este problema escolar y social, la Coordinación Zonal y los Distritos de
Educación deben asumir de manera urgente un programa que supere los “foros y
mesas redondas”, hacia otro que descentralice la capacitación a docentes y
padres de familia en esta temática, a fin de que se aborde de manera seria y a
profundidad el fenómeno de la agresión escolar.