miércoles, 5 de junio de 2013

Escuela Miguel Riofrío: Ciento dieciocho años de historia que se construye día a día



La Escuela Miguel Riofrío data desde junio de 1895, en estos más de 100 años su historia ha sido escrita y recreada por ilustres personajes que pasaron por la escuela y que con su trabajo fecundo contribuyeron al desarrollo de Loja y el país.

A la escuela, al igual que hoy, ayer asistían niños de todas las clases sociales, como no era obligatorio el uniforme escolar, los patios durante los recreos mostraban una gama multicolor llena de algarabía y satisfacción, el patio de la olmedo era de tierra y estaba lleno de pocitos provocados por el paso constante de centenares de niños y que servían para jugar “bolitas” mientras que en los días de lluvia se llenaban de agua y servían para salpicar la ropa  de los compañeros.

El nombre de la escuela es en reconocimiento al primer novelista ecuatoriano, al diplomático, al periodista, al político, al educador, al poeta y escritor autor de la primera novela ecuatoriana “la Emancipada”, el Doctor Miguel Riofrío.

El hecho puntual de mi paso por la escuela del cual aún tengo grabados en la mente y en el alma es el sol de las mañanas de junio de 1972, la expectativa por la preparación de las festividades del plantel y especialmente el estreno del Himno a la Escuela de la autoría del Profesor David Pacheco Ochoa.

Un hecho constante fue el aprendizaje al amparo del laicismo y gratuidad de la educación, los maestros y maestras nos enseñaron a más de contenidos, situaciones que apreciamos a través de toda nuestra vida y nos enseñaron valores que apuntalaron esas vidas, nos enseñaron ante todo que éramos ecuatorianos, perdiendo particularidades y afirmándonos en la condición de pertenecer a esta generosa tierra lojana.

Los maestros y las maestras de mis tiempos, hombres y mujeres con presencia plena, de voz clara y potente, con guardapolvos blancos con aroma a sol y perfume de afectiva fécula. Ellos y ellas con su severidad y su ternura nos marcaron un camino de entrega y compromiso social, en fin sus caricias que por escasas que parecieran eran mucho más apreciadas.

Ahora les parecerá extraño pero nuestra ventana para empezar a conocer el mundo fueron los libros de la biblioteca del aula, leídos hasta gastarlos y los relatos de nuestras maestras capaces de hacer volar la imaginación sin perder de vista que debíamos aprender, y mucho, al punto que eran reconocidas con flores frescas cortadas en las riberas del Zamora y Malacatos por nuestras agradecidas mamás.

La Dirección de la Escuela con su olor a cera, madera y papel donde solo se entraba porque merecíamos una nota de acuerdo a nuestros méritos buenos o malos, estaba ocupada por el profesor David Pacheco Ochoa, distinguido hombre de letras, de periodismo, de la narrativa y de la música, recuerdo de él, su convencimiento de que “el buen maestro enseña bien con cualquier sistema” y que “la única manera de ser recíprocos al esfuerzo de los padres es siendo buenos alumnos”.

La escuela aún sin la mitad de su antigua estructura física está allí, tan llena de ese espíritu compuesto por los que ya son recuerdo y por los que hoy la transitan. Quién a pesar de la distancia y del paso del tiempo, a pesar de los trances y altibajos de la vida cotidiana podría olvidarse de su querida Miguel, nadie. Ahora mismo siento que mis emociones desbordan por sus aulas, aulas que no solamente fueron testigos de enseñanzas sino también de muchas picardías infantiles y una que otra travesura… que hoy en una mezcla de añoranza y emoción recrean nuestra memoria.

Los y las docentes que hoy tenemos la responsabilidad de trabajar en la Miguel, tomamos como un reto y con respeto la experiencia de nuestros antecesores y agradecemos porque heredamos una institución que nos fortalece. Asumimos hoy el compromiso de potenciar sus ideales, entendiendo que no hay crecimiento ni progreso sin educación. Hoy son otros los sujetos pedagógicos que habitan nuestras aulas y seguramente otros los modos de enseñar, pero también es otro el contexto social. Creemos que el desafío actual es educar para la emancipación y estamos dispuestos a trabajar cada día para lograrlo y para que nuestros niños y jóvenes puedan conformar y vivir en una sociedad cada vez más justa y solidaria.

La Escuela Miguel Riofrío cumplirá en estos días ciento dieciocho gloriosos y memorables años de vida, en un contexto no siempre favorable pero siempre saliendo adelante, adaptándose a los tiempos, evitando caer en el anacronismo, en fin los cumplirá ratificando que es una escuela que ha escrito páginas memorables en los anales del pueblo lojano.

martes, 4 de junio de 2013

Masacre del 2 y 3 de junio de 1959: Yo ordené y lo volvería a hacer, dijo Camilo Ponce

Tomado de El Telégrafo, 03 de junio de 2013

“A partir de las 10 de la noche una gran manifestación hizo alto frente a nuestro edificio, a los pocos minutos llegó una dotación de policías a caballo y en carros patrulla que atacaron a los estudiantes, quienes se refugiaron en una casa en construcción situada frente al diario. Conforme pasaba el tiempo, cientos de ciudadanos se unían a los estudiantes. Pasadas las 12, la Policía entró al edificio y pudimos ser testigos del salvaje ataque, a bala y sable, contra todas las personas que encontraban a su paso, sin importar edad ni sexo”. Al día siguiente -3 de junio- la noticia era la portada de El Telégrafo.

Una historia silenciada

En “Ecuador: Historia de la República” el escritor Alfredo Pareja Diezcanseco (apoyándose en información tomada de “2 y 3 de junio, una fecha anónima”, de Patricio Icaza) hace una breve descripción de los eventos sucedidos en Portoviejo, antesala de lo ocurrido luego en Guayaquil: El 28 de mayo de 1959 se suicidó el conscripto manabita Pablo García, luego de los maltratos recibidos por su jefe, el capitán Galo Quevedo, situación que provocó la reacción inmediata de estudiantes y pueblo que se enfrentaron a los militares. Durante la riña tumultuaria murieron varias personas, entre ellas, Quevedo.

En esas circunstancias, alumnos de los principales colegios del puerto principal, en solidaridad con sus compañeros manabitas, decretaron, el 2 de junio, un paro de 48 horas, que tuvo el respaldo del pueblo guayaquileño. Los estudiantes exigían la renuncia de los ministros de Gobierno, Carlos Bustamante Pérez; de Educación, José Baquerizo Maldonado; de Defensa, Gustavo Diez Delgado; del gobernador y de otros funcionarios, como el jefe de Seguridad Política, Francisco Adoum.

Pasadas las 12 de la noche, arreció el ataque policial a bala y sable contra  todas las personasLas calles del puerto, dice Pareja, se llenaron de inconformidad y para la madrugada se contabilizaban ya 5 muertos y varios heridos.

El Gobierno declaró entonces zona de seguridad al país e impuso la ley militar, con los tanques del Ejército controlando Guayaquil.

Pedro Saad Herrería, en “La Patria nuestra de cada día”, expresa que el miércoles 3, fuerzas militares trataron de llevarse los cuerpos de caídos que estaban en la morgue, acción que fue impedida por la muchedumbre. Luego de una acalorada discusión, los uniformados accedieron al pedido de los familiares y compañeros de los estudiantes, que fueron trasladados a la casona universitaria, donde se improvisó una capilla ardiente.

A las 5 de la tarde, mientras se realizaba el sepelio de los caídos, retornaba de Quito el jefe titular de la II Zona Militar, coronel Luis Piñeiros, que venía con instrucciones personales del Presidente de la República.

Cuando el acto fúnebre concluyó, un grupo se dirigió hasta el Cuartel Modelo de la Policía, donde una compañía de ametralladora emplazada en las cercanías de ese cuartel abrió fuego indiscriminado sobre la multitud. A partir de aquí los acontecimientos se desencadenaron por toda la ciudad.

Pareja señala que, según la revista internacional Visión, durante el 2 y 3 de junio hubo, por lo menos, 500 muertos, aunque el régimen reconoció solo 16 occisos y 89 heridos.

En 1959 ejercía la Presidencia de la República el conservador Camilo Ponce EnríquezActores y contexto

En “Ecuador: Historia de la República” se anota que, para 1959, cuando Camilo Ponce Enríquez llevaba ya tres años en el poder, el país vivía una crisis económica y social, producto de la baja en las exportaciones del banano. Esta coyuntura encontró una respuesta política a dicha crisis, traducida en el apoyo que los movimientos populares del puerto le dieron a la acción del pueblo manabita.

Ponce, que había dado muestras de su capacidad represiva, cuando fue Ministro de Gobierno en el tercer velasquismo, diría después: “El 2 y 3 de junio, Guayaquil estuvo al borde de la destrucción (...) yo tuve que hacerles frente mereciendo el aplauso de lo más representativo del puerto (...) yo ordené y lo volvería a hacer”. Al igual que el 15 de noviembre de 1922, hoy también lo más representativo del país y de la prensa aprobó la masacre de “unos pocos hampones, marihuaneros y prostitutas”, se lee en el texto.