miércoles, 4 de abril de 2007

EDUQUEMOS CON Y PARA LA SOLIDARIDAD

La crisis política y socioeconómica a la que asistimos en estos días nos obliga a los educadores, es decir a todas las personas, por que todos somos educadores, pero particularmente a quienes ejercemos esta profesión desde escuelas y colegios a ser parte activa de esta batalla por superar la crisis, puesto que la escuela es un lugar, donde se produce y distribuye conocimiento, es lugar de educación y lucha sociopolítica.
El gobierno y la propia sociedad reconocen que se van produciendo cambios sociales y que la escuela debe adaptarse a ellos. Cabe preguntarnos: ¿Quiénes ha producido y quienes son los agentes de esos cambios sociales?.
Si no se da respuesta a esta pregunta se corre el riesgo de enmarcarse en un proyecto distinto de hombre y de sociedad de la que queremos y que necesita realmente el pueblo ecuatoriano.
Decretos y acuerdos oficiales referidos a la educación de la niñez y juventud sugieren que los “educadores deben aprender a adaptarse en el mundo competitivo y cambiante en el que vivimos”. Para ello, con financiamiento externo que indudablemente se carga a todos los ecuatorianos, se financian “proyectos pilotos” ... y ahora el Plan Bicentenario, con los cuales se pretende el control por el Estado no sólo de los conocimientos, sino también de las actitudes y los sueños de nuestra juventud, todo esto junto a la pretendida privatización de la educación escondida tras los mal llamados “aportes voluntarios de los padres de familia” para el pago de servicios básicos que son responsabilidad del Estado.
En la actualidad los maestros y maestras hemos asumido la reflexión de dos grandes temas:
Primero: La necesidad de dejar atrás el enfoque funcionalista en la formación del capital humano. Hoy tenemos claro que la meta es preparar a los ciudadanos y las ciudadanas a vivir y desplegar todas sus potencialidades en un mundo caracterizado por el cambio y la innovación, donde los y las estudiantes tienen que “aprender a aprehender compartiendo e involucrándose”, es decir, los maestros y maestras tenemos que “enseñar a aprehender a ser solidarios a través del ejemplo y el compromiso”, para que los futuros profesionales estén al servicio de las personas y no solamente al servicio de la economía de la clase dominante.
Segundo: Para el sistema, los valores que fundamentan la democracia son: “la tolerancia, aceptación del otro, uso de la razón dialógica, respeto a minorías...” Para el sistema la tolerancia con todo, se ha convertido en un valor absoluto. Una de las mayores acusaciones que se nos hace a diario, es la de intolerantes. Porque nos oponemos, porque no los “dejamos hacer”. ¿A quién, a quiénes?. Al que manda, es decir a una minoría corrupta que corroe y se apropia de la riqueza nacional. Es decir a los mismos de siempre, a los que se turnan en el poder para agrandarnos más la desesperanza.
Hay quienes se atreven a decir que “no es posible una educación cívica o moral si la UNE no renuncia su posición ideológica”, es decir que renuncie a la defensa de la soberanía nacional, que renuncie a la defensa de la educación laica y gratuita, que bárbaros, quieren que los maestros y maestras renunciemos nuestro compromiso social de búsqueda de una vida de dignidad para todo el pueblo. Pretensiones insólitas de los sectores dominantes que indudablemente los maestros y maestras no renunciaremos, puesto que hacerlo, significa anular la libertad de los y las estudiantes, convirtiéndolos en presa fácil de la manipulación y el sometimiento. En definitiva, la oligarquía trata de legitimar este sistema político de opresión en el que se alejan de la sociedad la obligación del gobierno de pagar la deuda social.
El sistema se preocupa de que haya también un porcentaje de especializados en educación para la paz, para el desarrollo, para el medio ambiente, poner en marchas “interesantísimas experiencias” como por ejemplo la de un colegio privado que recauda dinero para una ONG, o que recauda ropa usada para repartirla a los “pobres”. ¿Dónde está la solidaridad?
Solidaridad es compartir, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común. El gobierno a través del sistema educativo debe marcarse como objetivo la formación de personas capaces de acometer esta tarea desde la participación social.
Evidentemente esto no es lo que hacen los planes de enseñanza actuales, puesto que su objetivo socavado es servir al imperialismo formando a los ciudadanos que necesita el sistema para sostenerse política y económicamente.
Un sistema educativo que se plantee educar para y con solidaridad debe confiar en la participación social de todos los actores educativos, dejar que la familia asuma el protagonismo que le corresponde por ser la primera escuela de solidaridad. Que los maestros y maestras se dediquen menos a la transmisión de conocimientos (contenidos) y más al desarrollo de potencialidades y a la formación de los valores como “el compañerismo, la honradez, la amabilidad, la lealtad, la responsabilidad, el altruismo” que son indispensables para la consecución de valores finales como la paz, la equidad, la libertad, la seguridad familiar, etc.” Mientras que las instituciones, escuela o colegio que quiera ser solidaria debe desenvolverse unida a la construcción de poder social solidario. La escuela por si sola no puede ser elemento transformador, pero promoviendo la participación social puede ser fundamental.
Es necesario formar la persona solidaria. La persona solidaria es aquella que desarrolla esa fuerza interior que es la angustia ante los males que padecen las grandes mayorías de los y las ecuatorianos. Angustia que está hecha de la toma de conciencia sobre las causas de esos males, de esperanza y de deseo de entregarse a fondo y con urgencia a la acción que se estime necesaria para la superación de esos males.
El problema que una vez más se plantea a la escuela, es decir, los maestros y maestras es cómo formar estudiantes que quieran comprometerse, que quieran ser solidarios y solidarias, que quieran cambiar las estructuras injustas por otras que posibiliten mejores condiciones de vida. Ésta es la tarea más ardua que debe asumir maestros y maestras desde la escuela y el colegio, so pena de haber perdido el tiempo.
Hoy el sentimiento más extendido es el de la impotencia y la desconfianza en nosotros mismos. Nos decimos que cambiar es imposible. La escuela, a través de la participación social debe combatir este sentimiento de desconfianza con todo su ser. A fin de cuentas debemos enseñar para cambiar, no por la perspectiva de las visiones economicistas, sino porque sabemos que estamos en lo que es justo.
Paulo Freire, el Maestro insigne de la solidaridad nos recuerda a los maestros y maestras que debemos involucrarnos en una “educación para la transformación social que fomente la educación crítica vinculada orgánicamente a la sociedad... así la educación se desenvuelve abierta al mundo y unida a la realidad para la acción”. Sin contentarnos con el desarrollo de la “conciencia crítica”. Es necesario tener en cuenta que la propia acción, la práctica, es un elemento educativo de primer orden.
Finalmente, para educar para la solidaridad y con solidaridad, los maestros y maestras debemos fomentar una:
- Educación para el trabajo y la cooperación y erradicar el individualismo imperante. ¿Por qué cada familia, grupo, escuela, comunidad... tiene que resolver sola los problemas que una comunidad junta puede resolver con más facilidad, con menos recursos y en menos tiempo?
- Educación orientada holísticamente hacia las múltiples dimensiones de la persona; “la político-ideológica, la organizativa, la técnico profesional, la formación cultural, la formación afectiva, y la religiosa”.
- Educación en y con valores humanistas que rescate la identidad y la autonomía: Una formación que rompa el conformismo, el sometimiento y “que rompa con los valores del lucro y el individualismo”.